Me siento estafada. Así de
tajante comenzó a hablar mi paciente. Fue una cena agradable, tomamos un buen
vino, tenía una conversación amena, una sonrisa tierna. Lo conocía hacía tiempo
y tenemos amigos comunes. Es un hombre interesante. Yo tomaba nota, lo observaba,
su rostro mostraba frustración pero no
rabia ni indignación, quizás desconcierto. Continúo su alegato. La velada se
fue prolongando y empezaron esos silencios incómodos que surgen con los
conocidos de poco tiempo. Ya no cabían las palabras, entonces porque no
continuar en su casa. Por supuesto, a estas alturas el tono de la conversación
lo había dejado claro, y no soy mujer de tonteo. En su casa fue todo educación,
abrió una botella de vino, puso música y me besó. Yo tenía que intuir en ese
beso algo, fue un beso rápido, brusco pero “me apoderó”. No sabía lo que me
esperaba. Ahí empezó a llorar y a reír a la vez. Yo seguía tomando nota con
cara de póker (ya lo decía mi profesor: jamás, jamás muestre emoción,
sentimiento con su rostro, cara de póker). Cogió un kleenex y se limpió las
lágrimas. En definitiva, me contó su primera experiencia con el BDSM.

No soy de juzgar y tampoco lo voy
hacer ahora, cada uno que disponga de la manera que quiera su forma de explorar
el placer, pero al respecto sólo les puedo comentar que soy incapaz de sentir
placer con el dolor…MIENTO…Me vuelve loca sentir el pinchazo de la aguja al
tatuarme, notar la respiración de “mi tatuador” detrás de mí (ayuda que es
guapísimo) y cómo pasa el algodón frio para limpiarme…
Lo dicho, en el placer tu pones
los limites. ¡Ah! Mi paciente volvió a quedar con él pero esta vez llevaba ella
el vino y la música. Con - Sex
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